
En estos días toda la cristiandad, conmemora la muerte de Cristo, para sus creyentes, el Hijo de Dios hecho Hombre. La nación española fue siempre profundamente Cristiana Católica y Apostólica. Ahora la España oficial, declarada laica, repudia y menosprecia a la Iglesia Católica, y a sus seguidores, manteniendo excelentes relaciones y simpatías con el Islam, en uno de sus muchos desprecios y omisiones en su habitual falta de respeto por los sentimientos y la demanda religiosa de una gran mayoría ciudadana. Aunque me declaro creyente, nunca fui religioso, ni practicante, ni presté la debida. atención a una Iglesia que gozaba de una salud excelente. Entiendo la laicidad del estado, pero no puedo entender ni tolerar el enfrentamiento e injustificado acoso y derribo a una institución religiosa cuya actividad es puramente social y altamente benéfica y demandada por la sociedad española.
Ahora sigo sin ser practicante, pero ante la injusticia me solidarizo con ella y con todos sus fieles y seguidores, en apoyo a sus derechos, a su basta obra humanitaria y altruista y a su beneficiosa obra pastoral. Sigo siendo creyente no practicante, pero me siento bien sabiendo que están ahí y que su ayuda, material y espiritual, es importante para millones de personas en el mundo, haciéndoles mucho bien junto a la propagación de las doctrinas de Cristo como vehiculación, sin igual, de los valores occidentales, orientados a la convivencia y al progreso, sin descuidar aquellas cualidades que deben distinguir nuestros rasgos humanitarios, para que interpongan un contraste, que los muestre ostensiblemente contradictorios y diametralmente opuestos, al de las alimañas, al de los cerdos o al de los asnos.

Naturalmente para alcanzar este nivel de elevación, superación anímica o enriquecimiento espiritual, no es necesario ser creyente, basta con estar por donde estén ellos, observarlos y en lo posible remedarlos. Entender y asumir los valores éticos y morales, como una forma de distinguirse como ser humano, frente a la barbarie primitiva y agresiva en el miedo a la oscuridad de la ignorancia, en la carencia de alma. No es necesario ser religioso para acercarse a las doctrinas de Cristo, como no lo es para acercarse a las de cualquier maestro, filósofo, actor o político. Cristo como hombre, de carne y hueso, nos dejó un magnífico legado, que permitía la vida compartida, en el absoluto respeto a nuestros semejantes, en la democrática igualdad de derechos y libertades. Nadie puede negar que fue un gran tipo y que todo lo que predicó es de gran utilidad para la armoniosa y cívica evolución de la humanidad. Repudiarlo es repudiar a sus conciudadanos y a todos sus derechos y formas sociales y políticas que permitan alcanzar su felicidad, dentro de la convivencia.

Sencillamente se puede ser un buen cristiano, sin necesidad de profundizar en determinados dogmas de fe, ni en filosofías teologales sin fin y de difícil entendimiento. Sin practicar ninguna religión. Sin pisar una iglesia. Renunciando a la fe. Renunciando a aceptar que era el Hijo de Dios. El Nuevo Testamento es una obra multibiográfica, de un hombre sabio y bueno, que nació de mujer, vivió como hombre y fue muerto como hombre, por hombres. Su legado es indiscutible e incontestable, dando las claves de como conseguir que fuéramos mejores y viviéramos mejor, como seres de carne y hueso y en esta vida, superando cualquier ley y formas de gobierno. Todos somos libres de no reconocer su condición divina, pero es un sacrilegio renunciar a su infinita bondad y sabiduría que resulta tan útil para aliviar las penurias y adversidades de la vida terrenal. Gran alimento tan nutritivo para el alma como mortal para los que eligen la mas abyecta indecencia moral, como forma de vida. Negarlo es negarse así mismos, poniendo maldad donde se ofrece el bien, incluso para los no creyentes.
Este año cruzaré, por primera vez, la casilla de la Iglesia, en mi declaración de la renta. No pretendo ganarme un puesto en el Cielo, con ello. Solo creo en la necesidad de su existencia y de su importante labor, de la que depende la existencia de tantas personas en el mundo, y que las tarascadas y arremetidas del estado, hace necesario que sean los cristianos los que les apoyemos y colaboremos en su mantenimiento, siendo vital cualquier ayuda, incluso la de los menos cristianos, como yo.
Clandestino