martes, septiembre 25, 2007

D. Adolfo Suárez. Primer y único presidente demócrata de nuestra historia.

Las mismas claves que le llevaron a acometer la gran gesta de desmantelar los 'Principios del Movimiento', le dieron alas para cosechar éxitos, cuyo reconocimiento traspasaron nuestras fronteras y fueron causa de rendidos homenajes de admiración y respeto, en no pocas naciones y potencias mundiales. Desde su buen hacer elaborado con meticulosa e impecable pulcritud y con el brío y firmeza que permiten la seguridad de un hombre trabajador, honesto y cargado de grandes valores y principios éticos y morales, que le permitió convertir en transitables auténticos caminos de espinas, sin que sus errores puedan desmerecer su gran labor. La vitalidad y convicción unidas a la vehemencia y fluidez en la exposición de sus proyectos, hacía inevitable percibirlos en toda su amplitud y lógica, con total claridad y transparencia, hasta fascinar a sus oyentes.

“Puedo prometer y prometo”, solía decir con su seguridad aplastante bajo el aplastante peso de la razón y sus mejores deseos revueltos con el pesado blindaje de su abnegada, rigurosa y callada entrega al servicio de la Nación, alejado de cámaras y parafernalias, con su inquebrantable lealtad y su exuberante calidad humana y exultante vigor. Estas fueron sus armas para implantar una democracia en el solar que él mismo desbrozó tras derruir los vetustos y caducos residuos del franquismo. Sus métodos fueron la elaboración de un espacio común suficientemente ancho como para que diera cabida a personajes y colectivos cuyas conciencias y resquemores erraban por derroteros completamente opuestos, usando su gran percepción de la situación en su contexto más general, su gran capacidad para sumar y aunar esfuerzos y sacrificios y sobre todo ganas ilusión y convicción. Ganas de hacer una España mejor para todos los españoles. Un Estado fuerte y respetable que proyectara al mundo la mejor faz y el valor de nuestra Nación.

Y fue capaz de hacerlo. Lo consiguió. Un eterno franquista. Todo un Secretario General del Movimiento, entra y por la puerta grande, como el primer Presidente demócrata del Gobierno de España, en toda su historia, suplantando a su propio y obsoleto franquismo. Liquidó la ‘Guerra Civil’ y los restos de un franquismo sentando las bases para una España igualitaria en derechos y justicia para todos sus habitantes. Su denominada Transición Democrática fue largamente reconocida por propios y extraños, como un gran modelo a imitar.

Pero sus grandes éxitos llevaban el sello de una conciencia social manada de una gran riqueza espiritual y una gran carga de humanidad. Algo no permitido en política. Según se percibía la autenticidad y consolidación del proyecto de Suárez, fue cundiendo el pánico entre todos aquellos que vieron peligrar sus privilegios y “vividurías”. No tardaron en urdir intrigas y formar corrillos contra la brillante higiene moral del que empezó a ser el enemigo principal de sus propios socios de partido y de toda una oposición que esperaba, salibeante, su turno para acoger las prebendas del Estado entre sus fauces lampantes y sedientas de poder y riqueza. Su esfuerzo titánico y su irrepetible labor, fueron arrojados al odio y el rencor a caballo de la morralla vulgar y vacía de valores e intelecto, guiados por su instinto primitivo y tribal, mafioso o corporativo, con olfato solo para el oportunismo y rentabilización personal y partitocrática, de la política. Inmediatamente los soportes de la transparencia, valores y decencia, fueron en parte desmantelados, en parte corregidos derivando en un sin sentido irracional hasta que a día de hoy nos pone, dramáticamente, más cerca del treinta y seis que del setenta y cinco.

El cúmulo de valores que dieron quilates a España y a D. Adolfo como Presidente del Gobierno, fueron la causa de su destrucción, como político, y políticamente desvirtuado y minimizado en sus cualidades humanas, como hombre. Una vez más fue imposible construir una democracia por la habitual abundancia de antidemócratas. Casi treinta años después recordamos con nostalgia a aquel que, partiendo desde menos cero, hizo lo casi imposible para darnos millones de razones que nos hicieran creer en la ansiada realidad democrática. Hoy sufrimos la gran estafa de pagarla abusivamente y soportar un régimen mucho más zafio, tercermundista, degradante e inhumano que aquel franquismo, a manos de los que nos destruyeron aquella hermosa realidad.

El pasado domingo ABC le rinde un merecido homenaje publicando una entrevista inédita, donde podemos observar como se va derrumbando un hombre decente y valeroso minado y torpedeado por los que impidieron el triunfo de su impecable democracia, intentando comprender por qué su ilusión y honradez, en pro de la Nación, es repelida por el resto de “servidores” de la misma. Entre su alto intelecto y la realidad que le desbordó, se interponía su ingenuidad, típica de los limpios de corazón, impidiéndole ver la podredumbre de sus colegas, hasta que fue demasiado tarde.

Resalto parte de una respuesta, durante la entrevista, que fotografía la grandeza de un hombre que impregnó de honestidad y calor su excelente labor política, creando un precedente histórico, inédito e irrepetible, como hemos podido comprobar.

“...los políticos son hombres como los demás. En el fondo, las cualidades que verdaderamente cuentan son las humanas».
«Un político no puede ser un hombre frío. Su primera obligación es no convertirse en un autómata. Tiene que recordar que cada una de sus decisiones afecta a seres humanos. A unos beneficia y a otros perjudica. Y debe recordar siempre a los perjudicados... Gracias a Dios, yo no lo he olvidado nunca. Pero se sufre porque no puedes tomar decisiones satisfactorias a corto plazo para todos los españoles. Aunque esperas que sean positivas en el futuro y asumes el riesgo... Hay personas que no ven a los gobernados uno a uno... Yo los sigo viendo. ¡les veo hasta las caras!»”


Clandestino