jueves, abril 26, 2007

¿Democracia? Con la administración hemos topado

Es cierto que la administración debe articular servicios y equipamientos para cubrir determinadas deficiencias que el ciudadano descuida u omite cuando dependen de su propia iniciativa. Pero también es cierto que se desentiende del debido cumplimiento de estos servicios, por su parte, generando vicios y carencias que desvirtúan o condicionan la calidad del servicio y el debido respeto que debe prevalecer en toda relación comercial entre todas las partes, llegando, en algunos casos, a condicionarlos a la aplicación de un nivel de prepotencia que dependerá del grado de sumisión que muestre el cliente, llegando, en muchos casos, a omitir deberes, extorsionar, prevaricar e incluso a amenazar con actitudes que supera la grosería y alcanza la vejación, llegando a usar su posición de respaldo corporativo, por la administración, para prostituir el intercambio, responsable y justo entre cliente y proveedor -hasta ejercer de juez y verdugo- usando la obligatoriedad como instrumento de represalia o venganza, como castigo por la osadía de reclamar lo que el cliente considera su derecho, incluso cuando el derecho y la razón lo asiste de forma clara y evidente.

Esto es una práctica habitual y asumida por la administración en general desde la mentalidad de que cuando alguien se atreve a reclamar o comete un error o infracción, está justificado agredir dispensando un trato humillante al infractor, como “guarnición” de cosecha propia a la correspondiente sanción. Sobre las quejas o reclamaciones al respecto son habituales la aplicación de represalias, con instrumentos legales con los que la administración se arma para silenciar a los más “rebeldes”, como la deslocalización de la prestación de servicios, con excusas infantiles o cambios de normas de su propio régimen interno, que les dificulte el cumplimiento de la, ya de por sí, difícil o desagradable, relación con la misma.

Si resulta frustrante recibir este trato, lo peor y más ingrato de todo esto es tomar conciencia, por sufrirlo en propia piel, del hecho constatable de que su existencia es real. De que, lejos de ser algo puntual o accidental, ocurre y seguirá ocurriendo como práctica cotidiana, en la desazón y la impotencia ante la evidencia de que los tentáculos terminales, donde se concreta el nexo del ciudadano con la administración, es el exacto punto donde se diluyen los derechos individuales del mismo, con atronadoras frases como: “Paga y luego reclamas” o “Si denuncias, habrá mucho más”.

Siempre he supuesto que los responsables de la administración desconocen estas prácticas y podrían remover puestos, reeducando al personal, frente a los que piensan que este es seleccionado y aleccionado para que precisamente sean y actúen de semejante forma. Son muchos años y muchos gobiernos con la misma actitud y modos, tanto en antiguos como en nuevos “fichajes”. Desde el policía hasta la ventanilla.

miércoles, abril 25, 2007

Terrorismo y ridículo. Un peligro que obliga a sacrificar principios por supervivencia

La única fórmula para combatir el terrorismo es el rigor de la ley, ajustada a derecho. Ley justa, impartida de forma justa, en la imparcialidad de un Estado de Derecho. Ni más. Ni menos. El terrorismo es tan grave y peligroso alentarlo y justificarlo por tiranía, cuyo hostigamiento acaba dándole rango de libertador, como justificarlo y fortalecerlo por debilidad, dándole rango de política de Estado. El terrorismo insertado en el Estado es la mayor degradación de cualquier sociedad: O deambula en la frágil frivolidad relativista de la alegalidad u omisión a la ley; o es altamente corrupta y sectaria, por totalitaria. Nunca democrática, culta y cívica, como bases imprescindibles para la convivencia pacífica, libre y solidaria, cuyo referente sea el honorable y firme sometimiento a su legalidad.

En Iraq, no había ni una sola causa que justificara la invasión. Hacerlo ha supuesto un varapalo a la hegemonía occidental cuyos valores de convivencia democrática y relaciones internacionales, en gran parte, se basaban en el respeto a las leyes. Esto ha dejado fluir todo el odio y rencor duramente contenido durante siglos de humillación y esquilmo occidental sobre los colonizados árabes o musulmanes, sumado a décadas de humillación y ataques impunes y desproporcionados de Israel sobre Palestinos, ante la indiferencia occidental. Las consecuencias de esta acción son desastrosas y aun lo serán mucho mas. Se ha abierto la caja de Pandora. Se ha dejado claro que las “avanzadas” democracias occidentales solo se diferencian de ellos en que disimulan mejor sus instintos tan bárbaros y primarios, como los que les son criticados. Abu Graib o Guantánamo, no son ejemplos de democracia occidental que nos puedan enorgullecer, ni dejar impasibles a los “bárbaros” del islam.

En Iraq no había terroristas, ni peligro alguno para Occidente. Muy al contrario occidente tenía en Iraq un dique seguro, contra la expansión del fanatismo de los ayatolah, evitando la reunión con los chiítas del sur y su gran coalición con los wahabitas saudíes que terminarían poniendo en pié de guerra a todo el Islam. El Iraq y la gente que allí conocí, durante algún tiempo, jamás habría hecho daño a un europeo u otro occidental cualquiera. Nos respetaban y emulaban con entusiasmo, muy especialmente a los españoles. Siempre consideré un honor conocer a un pueblo de tanta dignidad, cultura y valor. Sufrí con el crimen que se cometió en él y contra él, como si fuese mi propio pueblo. Destruir Iraq para esquilmarlo y complacer a Israel, supone poner el dogal en el cuello de Europa. Era una plaza segura en medio del mas cerril enemigo occidental. No solo lo hemos destruido, sino que además hemos mostrado nuestra peor faz y nuestras muchas debilidades. Encima Israel es ahora más vulnerable que antes.

Hoy no hay inocentes combatiendo en Iraq, pero hay dos grandes y potentes civilizaciones sabedoras, cada una, que Iraq es el fiel de la balanza que inclinará la hegemonía mundial a favor del ganador. Que actualmente el cenagal de Iraq deja de ser una cuestión de principios, para convertirse en una cuestión de supervivencia. Una lucha por el sometimiento de una de las dos civilizaciones cuyas diferencias y odios, son centenarios. Si queremos que sea la nuestra la que sobreviva, tendremos que pasar por el trago de apoyar, política y militarmente, a los invasores. Aun sabiendo que merecen la justa indiferencia ante su agonía. Pero su agonía será la nuestra a medio plazo si no lo remediamos. Si no los paramos en Iraq, tampoco lo haremos en Al Ándalus, ni en Francia, ni en Alemania… La lealtad de Argelia y Marruecos, pronto sería una anécdota en el olvido. Si Occidente pierde, en Iraq, todo el Islam saltará sobre él como una sola Nación. El gran Islam se completará con la reunión coaligada de las facciones mas radicales y fanáticas: ayatollah, chiítas y wahabitas. Todos ellos con Bin Laden al frente erigido en el gran adalid vencedor del gran líder occidental, “el demonio americano”.

El terrorismo debe ser parado y derrotado en Iraq, donde los reclutas de Al Caeda tienen actualmente su referente de poder y fuerza “bailando” a la todopoderosa USA. Europa debe implicarse y buscar aliados árabes y musulmanes, de todo el islam, formando un amplio contingente de cascos azules, militar-policial y sobre todo de inteligencia, que releve la brutal zafiedad del ejército USA, a servicios de escoltas y apoyo, y dejen de “arreglarlo” todo con bombardeos, no solo de nula eficacia, sino que su estancamiento y bajas continuas, a los terroristas ya le saben a cadáver y lo ven casi vencido. Un sistema europeo de investigación, redadas y detenciones con garantías procesales, debe devolver la confianza a un pueblo que teme y odia por igual a los terroristas de Al Caeda, como a las intervenciones militares aliadas. En este momento Europa no puede eludir una responsabilidad sobre un conflicto que le atañe tan directamente y que no quiso evitar. Tendremos que arreglar el desastre americano, devolverle su dignidad y no permitir que nos vuelvan a meter en otro. Pero no podemos permitir que pierdan. Sería suicida. Es arriesgado, peligroso y costoso, pero inevitable.

Luego demostrar al Islam nuestro sincero respeto y consideración, sin fisuras ni malentendidos, dejando claro que las relaciones han de estar basadas en los derechos humanos y el respeto mutuo hacia las culturas, leyes y tradiciones de cada uno, en su país de cada uno y que aunque no les permitiremos nuevas veleidades, tampoco faltaremos a nuestros compromisos en pro de la paz y normal convivencia.