Salvando las distancias entre la patética y triste realidad, y la fantasía dúctil y maleable de una historia ingeniosamente guionada por Michael Wilson, Carl Foreman y Pierre Boulle, magníficamente llevado al cine y magníficamente interpretada por un extraordinario plantel de actores y profesionales, en general, la obsesión de zapatero por colaborar con el enemigo me lleva a asemejarlo con uno de los protagonistas de una de las obras maestras del cine: El coronel Nicholson, en el laureado film ‘El puente sobre el río Kwai'.
La dosis de imaginación para diferenciar el talento profesional de la grotesca chapuza; y la inofensiva ficción de la agresiva y tosca realidad, la podemos equilibrar con la exacta simetría existente entre esa realidad enfermiza, dañina y obsesiva del ‘proceso' de zapatero, con la que se deriva de una imaginación inteligente para una película extraordinariamente dirigida por David Lean, generando no pocos paralelismos entre esta inteligente trama y la ridícula y obsesiva memez de un presidente que se autolaurea en el orgullo de hacer muy bien el papel de traidor que destruye los cimientos de su propio Estado, entregado a sus enemigos, jaleado y arropado por su prensa, por su partido, por el gobierno y por todas las Instituciones de un Estado suicida, dedicando sus esfuerzos en descalificar y criminalizar a todos aquellos que les advertían de los graves peligros que corría la Nación con aquellos flirteos veleidosos que engrandecían a los radicales y asesinos, mientras que debilitaban peligrosamente al Estado.
Este paralelismo argumental llevado al cine, ubica, en la realidad, a zapatero en el lugar del coronel Nicholson, (extraordinario Alec Guinnes), a Rajoy en el del mayor norteamericano, Shears (Excelente William Holden), a Josu Ternera en el del coronel Saito (Impecable Sessue Hayakawa), eta en el de los guardianes torturadores del Campo tailandés y el ‘proceso' de zapatero, como el ‘puente', que se afana en construir, con absoluta perfección técnica y escrupulosa puntualidad, el coronel Nicholson, para el enemigo, resultando como clave de nuestra desgracia, el no poder emparejar, con nada ni con nadie, al Estado Mayor Británico (E.B.M.), que siguiendo el guión, tras la fuga del mayor Shears, acomete, sin dudas ni tapujos, la inmediata voladura del puente, aún arriesgando la vida del comando y la de sus propias tropas prisioneras de los japos, salvando con ello un incalculable número de vidas, no solo de nativos sino también de aliados. Para nuestra fatalidad, España carece del símil del E.M.B., permitiendo a los enemigos de la Nación un cambio, corto pero sustancial, en el guión, prolongando unos minutos el ‘The End'. Los suficientes como para permitir el paso del tren y cumplir los objetivos previstos por el enemigo, siendo ellos los que una vez agotado su uso y explotación del servilismo de zapatero y por extensión del Estado y sus recursos, los que lleven a cabo la voladura de un ‘proceso' ya cansino e inservible hasta para ellos, por más que zapatero, y su clan, lo metiera a diario, con calzador, hasta en la sopa.
Para nuestra desgracia, España carece de mecanismos de defensa ante tamaño asalto y manejo interesado del Estado, por sus enemigos, sirviéndose de una cuadrilla de deficientes políticos, sin las nociones mínimas para entender la grandeza de sus deberes con la Nación, dando su particular versión en clave cortijera, en el único objetivo de saciar sus peregrinas ensoñaciones derivadas del rencor y el revanchismo, desde la vulgaridad y la insolencia del típico cantinero, machito barriobajero, que interpreta como mayores méritos de las políticas de Estado, ser considerados sus enemigos y tomarlos por consejeros, enrabietándose a muerte, con los que les exigen el cumplimiento de sus deberes para con ellos y el resto de la Nación, en la observación de la legalidad y de que para eso, y nada más que para eso, son elegidos y pagados.
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