No han sido pocas las veces que con 'La bola del mundo' encendida, hemos estado, mi esposa y yo, buscando algún país habitable. Pobre o rico. Cercano o lejano. Nos hubiera bastado con que fuese aceptablemente democrático, con razonables garantías políticas y legales, y sin conflictos internos. Nos gustaron algunos países aunque no solían completar el 'kit de exigencias'. Pero nuestra edad y nuestros hijos, ya casados y que pronto nos harán abuelos, nos hicieron desistir de huir de esta tierra de nadie, regida por la falta de escrúpulos y donde la única política posible es dividir y enfrentar para vencer, sin necesidad de convencer. Empiezo a lamentar haberle dado dos maravillosos hijos, y me apena que ellos les den los suyos, a lo que antaño fuera una gran Nación querida y respetada, orgullosa y recia, para acabar en un asfixiante e inhabitable maremágnum.
Observando estos países me percaté de algo que hoy el Español medio desea y envidia a la gran mayoría de países del mundo. Incluso a los bananeros. Algo impensable en España como que todos son una única Nación, cuya unidad nadie discute y todos cultivan. Ninguno, que yo sepa, labra y alimenta el odio, el enfrentamiento y el resentimiento, desde el Estado, como forma exclusiva de vivir de lo que ellos venden como política. Lo peor que le puede ocurrir a un pueblo es vivir bajo la discapacidad políticas de los que desde el Estado convierten el odio y el resentimiento en una mercancía para el lucro, en un valor histórico hereditario, en un aval ideológico o como único proyecto político válido, que garantiza la seguridad y estabilidad al sistema feudal-fascista que perpetua y consolida la partitocracia oligárquica -que nos aleja de cualquier esperanza democrática- solo posible en un país donde a su vez es posible la ocupación legal del Estado, por una gente organizada, mediante simulacro democrático, organizado por partidos no democráticos, que estimulan y alientan la ruptura nacional, por conseguir cuatro años de poltrona ilegítima, dedicados a asegurarse su continuidad al menos por otros cuatro años más, como sea. Nadie ha podido evitarlo. Los que debieron y pudieron, no quisieron, por razones ni explicadas ni justificadas. Solo imaginables.
Si en España se recuperase la unidad nacional, en algún momento, desaparecería todo vestigio del elenco político actual. La corrupción, los radicalismos y los delitos desde el Estado, se esfumarían. Si hay algo que la delincuencia política no puede vencer, es a un pueblo unido en el conocimiento de que su poder reside en su unidad. La morralla que nos desposee del poder -inherente a nuestra condición ciudadana y a la soberanía popular- para el mangoneo a placer, lo sabe muy bien y se aseguran de que jamás así sea. El resto se lo procura la ignorancia, la subvención, el sectarismo y el manoseo obsceno sobre el pueblo, mediante el debido control e intervencionismo, con leyes políticas que evitan, eluden o impiden a las democráticas, ajustadas a derecho.
La Nación española queda reducido a un ente virtual debidamente fraccionado y despiezado, en manos de los que así lo quieren. El despiece aún permite que los trozos mantengan su posición, algunos aún no han sido del todo deslindados, a la espera de si quedan unidos a algún otro (VAlencia y Baleares a Cataluña y Navarra a P.Vasco). La apariencia física es la misma, pero hay millones de kilómetros de fronteras, sociales y políticas, cada vez más difíciles de franquear y que no será menos difícil volverlas a abrir, si es que alguien lo intenta. El Estado se ha deshecho de las competencias fundamentales para garantizar la igualdad del conjunto ciudadano y garantizarle la homogeneidad democrática frente a las agresiones contra sus derechos, habituales e incluso reguladas en las distintas regiones o municipios. El ciudadano español es un apátrida, sin garantías constitucionales, en el conjunto de su propia Nación y dentro de sus propias lindes territoriales que delimitan su centenario asentamiento. Cada uno sobrevivirá en el trozo que le haya tocado en suerte, padeciendo al caudillo incontestable del lugar, sin ninguna posibilidad de recibir amparo o defensión del Estado, debilitado y prácticamente inerme. La Nación ha desaparecido, bajo la vil descohesión impuesta por promotores o impulsores de supuestas naciones, alegremente orquestadas por el gobierno Zapatero, desde el Estado y del resto de fuerzas políticas desde el interés de heredar algún día semejante chollo. Sin Nación no puede haber democracia. Sin democracia solo queda el lucrativo negocio de la explotación negrera sobre el ‘residuo’ ciudadano reducido a súbdito o esclavo, tras el gran decorado democrático de cartón piedra, que los valide. Nuestra casta 'política' liderada por Zapatero ha cubierto su objetivo. Ha triunfado. Por fin la sombra de la temida democracia ha sido vencida y aniquilada. Queda definitivamente fuera del alcance de una nación desarticulada, descohesionada y por tanto, inocua y vulnerable. El negocio a salvo de lastres y obstáculos.
Queda claro y demostrado en las últimas encuestas del CIS que arrojan datos tan contradictorios como que los partidos con más afiliados o simpatizantes, de clase alta y media alta, sean Na Bai 50%, ERC 48% o IU-ICV 35% frente al 12% del PSOE y de CIU o el 20% del PP, superando CiU y el PP en % de obreros, a todos menos al PSOE. No hay duda del gran y lucrativo negocio de los ‘ideólogos’ de la izquierda separatista del radical nacionalismo con el que se ‘abriga’ Zapatero.
Como dice Anghara, ahora los pijos multimillonarios son de la ultraizquierda radical.
Clandestino
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